Los buques vigueses apresaron decenas de mercantes ingleses frente a las Cíes
EDUARDO ROLLAND. Vigo, 11 de mayo de 2015.
A finales del siglo XVIII, Cataluña y el País Vasco estuvieron por enésima vez a punto de separarse de España. En esta ocasión, por la Guerra del Rosellón, que provocó que Francia ocupase un amplio territorio al sur de los Pirineos. El clima bélico revivió los sentimientos independentistas, que ya habían alcanzado su cénit en el sitio de Barcelona a comienzos del mismo siglo. Así que, anticipando problemas mayores, el rey Carlos IV ordenó firmar la paz con los revolucionarios franceses, aprovechando que los moderados de Thermidor habían sucedido al Incorruptible Robespierre. Para el Borbón suponía tragarse un sapo, pero un poco menos desagradable.
Así se firmó la Paz de Basilea, en 1796. España y Francia se juraron amistad eterna y guerra sin cuartel contra Inglaterra. De paso, Godoy fue investido como Príncipe de la Paz, además de recibir cuatro grandezas de España, siete grandes cruces de Carlos III y diez bandas de María Luisa. Al presuntuoso hidalgo pacense, ya generalísimo y secretario de Estado, no le cabían en la casaca las medallas.
Para Vigo, la Paz de Basilea tuvo otra trascendencia: el regreso de los corsarios. Tras unos años de calma, el corsarismo regresaba con fuerza, hasta alcanzar su apogeo al final de la centuria. Cuando, en 1808, los vigueses capturen al buque de guerra francés Atlas lo harán con una treta de pillería, pero también porque están bien entrenados en el abordaje y otras técnicas de combate naval.
Solo en el año 1799, los buques vigueses en corso lograron apresar 21 mercantes ingleses. Los más activos del momento eran los navíos Protectora, Rayo y Ventura, que hicieron 8 presas inglesas ese año. Una de ellas una fragata con 70.000 barriles de harina y 5.000 fanegas de trigo. El Ánima Sola apresó tres naves inglesas con bacalao. Nuestra Señora del Rosario, apodado El Bolero, capturó a la fragata Mary y al quechemarín Gosport.
Fruto de tanta rapiña, Vigo vivía tiempos de gran prosperidad, donde cada semana se descargaban mercancías de todo tipo, traídas por aquellos bucaneros de la ría, con sus barcos fletados por los empresarios y políticos de la época. Si todos hemos sospechado a veces tener alcaldes y concejales algo piratas, en aquellos tiempos lo eran con entera naturalidad: corsarios a mucha honra, autorizados a ejercer la piratería con permiso de Su Majestad.
En toda la costa gallega
Los buques vigueses en corso operaban por toda la costa gallega. A veces, les bastaba alejarse unas millas de las Cíes para capturar sin resistencia a los mercantes ingleses. Pero, en otras ocasiones, no era tan fácil. Y se entablaban pequeñas batallas navales como la que, en el verano de 1798, enfrentó al vigués Santa Victoria con el inglés Friendship.
Era el 27 de junio de 1798. En aguas de Portugal, el Santa Victoria, rebautizado para el corsarismo como Fortuna, ataca al carguero inglés Friendship, que va al mando del capitán John Roberts. El buque, de 86 toneladas de registro, iba de Liverpool a Oporto con carga diversa y artillado con 12 cañones.
Por su parte, el Fortuna apenas llevaba 25 hombres y un solo cañón. «Solo apoyados en una temeridad sin límites era posible ejercer como corso a base de tan exiguo armamento y reducida gente», afirma Xosé María Álvarez Blázquez en una crónica sobre la refriega. Una hora duró el combate, en el que el Friendship disparaba sus doce cañones, que el Fortuna lograba esquivar con hábiles maniobras náuticas y haciendo fuego con su única pieza de artillería. La lógica y la prudencia habrían llevado al capitán Maruri a desistir de su empresa. Pero, bien al contrario, con una audacia increíble, dio a sus hombres la única orden posible para tomar su presa: el abordaje.
Los bravos navegantes vigueses lograron aproximarse al Friendship, suponemos que ofreciéndole la proa, para reducir el blanco, y buscando la popa de su rival, para evitar su línea de cañones. Finalmente, lograron acoderarse al mercante inglés y los 25 bravos marineros saltaron sobre su cubierta. La tripulación británica decidió que, ante aquellos corsarios, no merecía la pena jugarse el pellejo. Y rindieron el barco, pese a las quejas del capitán Roberts.
Al día siguiente, al amanecer, la silueta de los dos barcos se recortó por la boca sur de las islas Cíes. Y los vigueses contemplaron atónitos como el pequeño Fortuna había apresado a todo un gigante como el Friendship.
Fue un episodio más de audacia de los corsarios vigueses. Que, desde la Paz de Basilea, volverían a vivir tiempos de gloria. Y que, pocos años después, estarían preparados para la guerra y para protagonizar la Reconquista. Si Johnny Deep rebajase algo su caché, incluso podríamos hacer una película.
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